domingo, 2 de agosto de 2009

PORQUÉ EL DESEO COMO TEMA


- El deseo como motor.- Desear es acaso la actitud más permanente en cuanto seres humanos. El deseo nos pone en marcha, nos moviliza, nos empuja, nos dirige, nos coloca en situación de búsqueda. El deseo es, en ese sentido, el reconocimiento de la incompletud humana, de la falta, de la ausencia, de que carecemos de algo que nos resulta importante por algún motivo. El deseo nos ubica en la vivencia de una cierta penuria, nos pone en situación de necesidad, de ansiedad.

Decía Locke en uno de sus ensayos más famoso que llamamos deseo al malestar que provoca en un ser humano la experiencia de la ausencia, de la carencia de algo cuya posesión actual se le representa como un deleite, como una satisfacción. Concluía Locke que la principal explicación de la actividad humana era el malestar, el deseo.El deseo no es el único espacio donde lograr la satisfacción del deseo. El deseo nos arroja al mundo.

El deseo nos expone, nos invita a salir de nosotros mismos, nos pone en contacto con lo otro y, por tanto, con nuestro límite pero también con nuestra posibilidad de ser. Mediante la vivencia de ese algo que falta somos capaces de entrar en contacto con lo otro, con lo que nos es ajeno y quisiéramos que nos fuera propio y también con lo que no lo será nunca. Lo otro se torna así, límite de lo posible pero también angustia y una vía a la esperanza.La angustia surge ante la posibilidad del fracaso.

El deseo se vincula doblemente con el fracaso. Por un lado, el deseo puede no alcanzar nada de lo que pretende. El deseo se vincula de una manera necesaria con la angustia. Hay una sensación de fracaso que es inherente a cualquier intento de satisfacer nuestros deseos. Entre nuestros deseos y su realización, hay una distancia insalvable.

Toda realización del deseo es infinitamente menos satisfactoria que lo que el deseo espera. En ese sentido, nada nos colma nunca plenamente. Ningún éxito es bastante. Toda sensación de saciedad está marcada por la fugacidad. El deseo, poseedor de un hambre infinita, nos obliga, una y otra vez, a engullirnos la presa de sus anhelos.

El deseo parece necesitar la eternidad para saciarse Sin embargo, la realización de deseo no puede hacerse más que en el mundo de la temporalidad, donde todo está signado por la fugacidad, por más corta o larga que pretenda ser. Además, la realización del deseo siempre cae más acá del deseo, siempre hay un resto de deseo que permanece incumplido, algo que se quiso decir y no se dijo, algo que se quiso ser y no se alcanzó.

- El deseo como lugar del sujeto.- El deseo es el lugar del sujeto, las necesidades, el lugar del rol social. Por eso el deseo siempre ha sido visto como algo peligroso, oscuro, temible las más de las veces. Lo institucionalizado le teme al deseo, lo instituido tiembla ante la libertad del sujeto.

El deseo es también el lugar de la libertad, el lugar de la construcción del sujeto como ser libre, el lugar de la elección. No en vano el discurso desde el poder, el discurso desde la institución que trata de perpetrarse, intenta formatear al sujeto desde las condiciones de las necesidades, de lo social. El poder establece el rango de las posibilidades de satisfacción, haciéndonos creer que es necesario asumir la necesidad como deseo, confundiendo la vida de la institución con la vida del sujeto.

Así, el ámbito de lo moral ha pretendido establecer a priori la delimitación de los campos del bien y del mal, a partir de principios dados como axiomáticos, incuestionables.El lugar de la necesidad es el lugar de la directiva, el lugar del imaginario social. El lugar del deseo es el lugar de la autonomía, el lugar donde se asienta la posibilidad de la libertad exegética, de la reinvención de la lectura del significado de las cosas, y por ello, del mundo. No en vano el poder siempre ha intentado hurgar, moderar el comportamiento de la intimidad, buscando esa mirada panóptica de la que habla Foucault.

- El deseo como interpolación.- La experiencia del deseo puede ser vista como un momento de no razón, un momento de afirmación indebida en términos de la razón. Tal vez por eso, tal vez llevados por el enjuiciamiento negativo que implica este estado, nos dejamos caer habitualmente en la consideración de que el deseo debe ser domesticado.

Ante el lugar del deseo como el lugar de la palabra perturbadora, preferimos el corrimiento hacia el discurso, hacia la razonabilidad. Tal vez debiéramos atender más al deseo en la medida en que deseando nos descubrimos a nosotros mismos, nos mostramos exactamente como somos, nos exponemos en nuestra verdad más intima.

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