viernes, 7 de agosto de 2009

UN DESEO LLAMADO ELOISA



Aunque mi trabajo sobre el deseo no sólo tiene que ver con el sexo, he recuperado un antiguo relato erótico escrito a dos manos con una persona a la que le debo mucho. Forman parte de una serie de textos eróticos titulada "Relatos para pensar". Aquí está.




Desde el primer día que entró en aquella cafetería, a Charli le impresionó el cuerpo de Eloísa. Al principio le parecía animalmente bella, luego, comenzó a provocarle la agresividad de sus formas. La deseaba. Para Charli el día sólo tenía razón de ser porque esperaba cada noche para verla e imaginársela desnuda.


Cada día la veía ir y venir entre las mesas, pasando junto a él, casi sin mirarle. Durante un tiempo se conformó con observar su agradable contoneo al caminar, con el alternativo subir y bajar de las caderas a cada paso, quebrándose a veces la línea del cuerpo cuando una silla o un cliente ocupaban parte del espacio entre las mesas. La deseaba. Deseaba lo que desprendía ese cuerpo voluptuoso y moreno.
Al fin, una noche se decidió. Le dijo que le gustaba, le preguntó a qué hora salía y si podía acompañarla, pero ella se limitó a sonreír maliciosamente y decirle, "anda, no seas tonto".

¿Tonterías?

Malhumorado, decidió marcharse, volver a la pensión para seguir estudiando, si es que aún le quedaban fuerzas para hacerlo.

Y lo cierto es que aquella noche ni siquiera pudo leer una sola línea. "¡A la mierda las oposiciones!", se dijo. En su cabeza estaba, como una intrusa, la imagen de Eloísa. Su cara de rasgos suaves, su cuerpo, ¡dios!, su cuerpo.

El recuerdo se convertía en angustia de querer tenerla allí, con él, moviendo su cuerpo lenta, sinuosa y tentadoramente, en un lento preámbulo, antes de abandonarse...

Entonces escuchó una voz, casi sobre su cabeza. No tuvo ninguna duda: era ella, Eloísa.

-Hola -dijo, y una voz de hombre le contestó:

-Creí que no llegabas nunca

-Estaba loca por venir, no te imaginas lo que lo deseaba, pero esos pesados de la cafetería no se marchaban...

Al principio Charli creyó que estaba soñando, pero las voces venían de la habitación de al lado.

Se quedó quieto, conteniendo la respiración, queriendo traspasar la pared con los sentidos, haciendo todo lo posible por escuchar lo que estaba sucediendo en el cuarto de su compañero de pensión, Esteban.

-Qué guapa estás -dijo él

-Anda, no seas mentiroso, ni siquiera he tenido tiempo de peinarme. Salí corriendo para verte, ya no podía aguantar más -contestó ella

Charli se dio cuanta que nunca la había tenido tan cerca, prácticamente en su cama, sin más distancia entre ellos que una frágil y delgada pared. En los silencios imaginaba cómo las bocas furiosas deberian juntarse y las lenguas entrelazarse. Se imaginaba cómo las manos se acariciarían mutuamente, cómo Esteban rozaría suavemente el cuerpo de Eloísa. Se imaginaba también cómo las manos femeninas revolverían el pelo de Esteban, cómo le estrujaría la espalda y más, deseosa.

-¡Qué guapa estás! -volvió a repetirle Esteban

-Ah, ah... me duele, no tan deprisa

-Vamos, vamos, tengo ganas de amarte, me excitas, sólo tú sabes porqué está temperatura de los cuerpos

Y Charli piensa "ven, ven, ponte sobre mí, vamos, los dos, como lo estamos deseando"

-Por favor, mi vida, más despacio

-Creo que te han crecido los pechos de tanto besártelos

-¿Te parece?

Charli también quisiera ver. Sabe que ella está desnuda, mostrándose a otro macho sensualmente.

Escucha a Eloísa reírse, con una risa desnuda, tan desnuda como su cuerpo, escucha el ruido de la carne que se roza cuando se aprieta el vientre contra sexo. A Charli un dolor agudo le asciende entre las piernas.

-Mi vida, me vuelves loca-Anda, con las dos manos, así...

Charli imagina cómo las manos de Eloísa suben y bajan en un movimiento continuo.

-Lo tienes como a mí me gusta-

Y tú, me enloqueces

-Así, así te quiero tener, debajo mio para siempre, para toda la vida

Charli ya no soporta más los ruidos de los resortes de metal, de la carne, de los nítidos gemidos de Eloísa.

-Voy a gozar, qué placer me estás dando, esto es el cielo

Y también percibe los sordos bramidos de Esteban

-Putita mía

-Me haces feliz, mi macho

Los jadeos, las palabras y los cuerpos imaginados golpean en su cabeza en la venas, en el sexo. Algo furioso subía por su interior.

Deseaba levantarse violentamente y abrir de un puntapié la habitación de Esteban. Deseaba poner fin, de una vez, a ese martirio.

-No puedo más -murmuró Charli, desnudo, con el sexo erecto.

Esteban, tumbado sobre la cama dejaría hacer a Eloísa, mientras le pasaba la mano lentamente por la espalda y más abajo.

Charli, como en trance, absolutamente excitado, se dejó caer sobre una silla mientras veía el espectáculo de Eloísa introduciéndose el falo en lo más profundo de la garganta. Y cuando parecía que iba a llegar el estallido, hábilmente se montó sobre Esteban.

-Duro, duro... -gritaba entrecortadamente.

Si ella abriera los ojos se encontraría con el cuerpo de Charli apenas a unos centímetros de ellos.

-Sigue, sigue... maravilloso... más... más


Y ese "¡más!" atravesó a Charli. Sólo unos milímetros separaba a su sexo de la cara de Eloísa.

-Dámela, dámela, la necesito en mi boca -gritó enloquecida. Parecía que había perdido todo contacto con la realidad.

Los cuerpos se contorsionaban de placer buscando el sitio que aún no hubiera sido acariciado.

-Vamos, vamos, tú también...

Pese a la urgencia, Charli querría alargar este momento. Cerró los ojos y se entretuvo en recorrer el cuerpo de Eloísa.

Todavía tardó un poco más antes de sentir cómo la penetraba. -Me vas a volver loca...

Eloísa lloraba de placer y dolor, mientras se acompasaban los rítmicos movimientos.

-¡Así, así... ya, ya!

Los espasmos se sucedieron y los tres cuerpos quedaron derrumbados sobre las camas de la pensión.

Entonces sonó el despertador. Charli le dio un tremendo puñetazo y rodó por encima de la alfombrilla hasta el otro lado de la habitación.

También cayó el libro de Adoum que inestable, estaba, sobre el borde de la mesilla. Eran las siete de la mañana, tenía que levantarse. Se sentía mal, muy mal. Estaba cansado. Había en la habitación un cierto olor a semen, a sudor, a sexo. Como pudo se lavó la cara en la palangana que estaba sobre la cómoda, se vistió con desgano y salió.

En el pasillo se cruzó con una mujer. Le pareció que era Eloísa, pero no le dio importancia.

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